Sin voz pero con palabras

Arsenal de medicinas para pasar el invierno
Arsenal de invierno

Estamos en el año trece. Yo podría acogerme a esta gran máxima de las supersticiones para tratar de explicarme a mí mismo este mal comienzo de año, pero no lo hago porque estoy convencido de que el trece será un buen número para mí. Llevo más de quince días con la voz destrozada o sin voz. He cogido una “infección en las vías respiratorias” que me tiene de baja, encerrado en casa y atiborrado de antibióticos y corticoides.

Bonita manera de comenzar el año, sí, encerrado con un solo juguete, como el título de la primera novela de Juan Marsé, aunque en mi caso el juguete sea un ordenador con todo su abanico de posibilidades. Internet hace, por ejemplo, que socialice, vea películas, escuche música y me mantenga al corriente de lo que pasa fuera. Estoy ya realmente tan harto del encierro que esta semana incluso fui dos días a trabajar, pero empeoré y no he tenido más remedio que claudicar y volverme a la cueva. El trabajo de docente es difícil ejercerlo sin voz, y es mejor recuperarse bien en casos de problemas de garganta; de lo contrario te puede costar una recaída aún peor. Se me hacen tan largos los días que incluso tengo la casa ordenada. Eso le contaba al vecino, que ha venido para ver cómo estoy y de paso hacer una llamada desde mi fijo. También le dije al vecino: “¡Y pensar que todo comenzó por un mal amor!”. Tendré que explicarme o creeréis que se me ha ido la cabeza con las medicinas o con la fiebre.

Dos mil doce, el año recién acabado, fue para mí un mal año. Comenzó y terminó con separaciones. La primera, la de enero, la más dura, porque no solo supuso dejar de convivir con quien fuera mi pareja y es la madre de mi hijo, sino que me alejó del día a día de mi pequeño. Fueron meses difíciles los del invierno pasado y, ayudado como siempre por la oscuridad de sus días, el frío propio de esta estación y tres mudanzas consecutivas en mi nueva vida de padre soltero, atravesé algún que otro período depresivo. Recuerdo que cuando por fin me mudé a mi actual vivienda estaba deseando que llegara ya el buen tiempo, entre otras cosas para poder disfrutar del patio de mi casa nueva. Coincidió que con la llegada del calor y del verano apareció quien se convertiría en mi segunda separación del año, alguien de cuyo nombre –como dijo aquél- no quiero acordarme, pero que lleva en sus iniciales la letra erre. Vino junio con erre, y julio, y agosto y los meses con erre se extendieron hasta casi la navidad. Las cosas surgen como surgen, y aunque yo pensaba que la pasada Nochevieja tendría un carácter de algún modo familiar en compañía de mi hijo, mi nueva pareja y su hija, todo se torció en el último mes del año, dejándome sin capacidad de reacción, pues ni pude estar con mi hijo el treinta y uno, ni tenía ya nadie con quien celebrar ese día.

Confieso algo. Yo, en verdad, hace unos treinta años que no festejo la llegada del nuevo año pues prefiero despedir el viejo, el que se ha ido y del que ya conocemos todos sus datos, lo que nos permite brindar o bien porque el año acabado fue estupendo, o bien porque damos gracias de que por fin hayan terminado doce meses nefastos. Esta rareza mía viene justificada por una anécdota gastronómica: no me gustan las uvas. Por eso, desde que tengo doce o trece, con las campanadas de final de año yo me como

Las doce pasas
Doce pasas de la suerte

doce pasas, que al no ser más que uvas viejas me dan la ocasión de despedir el año viejo, y no al contrario. Ya veis, así comienzan las tradiciones, las propias y las de todos, porque el origen de la costumbre de atragantarse con las doce uvas de los españoles proviene de una iniciativa de los agricultores de las regiones de Alicante y Murcia, que un año de finales del siglo XIX tuvieron un excedente de uva en la cosecha y decidieron intentar de esta manera dar salida al producto. Pero, como decía, el pasado treinta y uno me vi privado de repente de pasar la Nochevieja como había planeado, y me apunté a una amable invitación de última hora de unos amigos que viven en el Albaicín, en una casa con una terraza en la azotea desde donde parece que se pueda tocar la Alhambra. Fueron solo diez minutos lo que estuvimos en la terraza, lo justo para comernos las uvas y pasas a destiempo, cuando ya habían sonado las campanadas, ver y grabar en vídeo el pobre despliegue de fuegos artificiales que iluminaban el cielo desde la plaza del ayuntamiento, brindar con cava y coger esta pulmonía del demonio. Si hubiese estado con erre, no habría salido a la intemperie y seguramente no habría cogido frío. Por eso decía que mi enfermedad tiene un origen amoroso.

Meses sin erre
Mayo, junio, julio y agosto: los meses sin erre

Vendrán más meses sin erre, pero también los meses sin erre del calor, los que más me han gustado desde siempre, desde que era un niño. Para alguien que ha nacido y se ha criado en una ciudad costera, el primero de los meses sin erre suponía el anuncio de la llegada del la época estival, de los primeros baños en la playa, de las vacaciones de verano, de la felicidad representada en los castillos de arena de la infancia o en los cuerpos semidesnudos de la pubertad. Y en este año trece me he propuesto que sean felicidad todos los meses, con o sin erre, y de momento lo que más satisfacciones personales me produce es el trabajo, tanto el docente como el literario; cada vez que termino un texto o un poema siento algo parecido al orgasmo, como bien dejó escrito el poeta Ángel González. Por eso hoy, dieciocho de enero, día en que me doblo en cuatro, sin voz pero con palabras, me regalo este texto que comparto con vosotros, me arranco este otro piojo para el olvido y sonrío, sonrío porque me sé feliz y sé que mi alegría será completa cuando en pocas horas me reúna con mi hijo, la única y verdadera causa de mi felicidad.

Un comentario sobre “Sin voz pero con palabras

  1. Bueno, este desdoblamiento se prolonga 🙂
    Leyendo tus palabras sin voz pero con claridad, me reafirmo en la intuición femenina. El desafío es ser capaz de establecer la confianza. Adelante con esos meses del calendario 13…rompe la maldición.

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