Cada vez que mi móvil
gorjea como un pajarillo, salgo
a la puerta de casa
por si se adelantó la primavera,
por si los diminutos comisarios del cielo
traen noticias de ti, lo que es inútil:
los pájaros, cabrones,
-que diría el poeta- van a su aire.
El pío-pío eléctrico
solo me avisa de un retweet o afirma
que tengo nuevos seguidores, gente
que ni conozco, extraños en la red,
corazones dolidos o solitarios lobos
tres punto cero en incesante búsqueda
del cotilleo afín,
de la noticia última.
Sé que soy un iluso
esperando encontrar entre seudónimos
– #casiperono, #blackcat400 –
indicios que me lleven
de nuevo hasta tus labios.
Lo sé, de nada sirven
todas estas señales
si se extinguió la fuerza del deseo,
y ni redes sociales
ni sombras tecnológicas
serían suficientes
para hacerte volver;
aunque de todas formas
te he agregado a mi Facebook
como amigo de amigo,
escucho tus canciones en Youtube,
comparto Spotify
y observo tu ventana,
cerrada día y noche,
por si acaso regresan
los vencejos aquellos
y me dicen que han visto
tu pelo entre visillos
y tus ojos color de miel vertida
mirando hacia mi patio.
Así hoy me descubro,
en este siglo aciago,
esperando milagros cibernéticos
y el trinar de los pájaros al viento.
¡Vaya! Esta vez, además de sorprenderme, has conseguido que varias artes se entremezclen en mi cabeza, dejándome «shocked»: tinta, papel, el misterio de la tecnología cibernáutica + el arte de crear, escribir, relacionar, oír y ¿por qué no?, el modo de haber amado…