Sombra desaparecida

Dominando el estudio
el maltrecho sofá-estampado de flores
descoloridas. Alguien en él se hunde.
En penumbra dispone lo que hará
durante el resto de otro día. Vive
como viviendo en sí algún momento
antes jamás vivido, mas soñado
en aquellos lejanos veintipocos.
Eran otros propósitos:
afán de independencia, vida propia.

Entonces tú ya estabas.

De la inutilidad de la tristeza
lo sabe por amigos y enemigos,
por familias enteras,
por famosos psicólogos y por el psicoanálisis,
por Twitter y por Facebook,
y por la vasta tropa de poetas
que así lo han declamado.
Y sin embargo sueña cada tarde
con la brisa del mar de un mes de octubre.
Y encima se le viene el mundo.

En ese mes tú estabas.

De pronto se endereza, se mira en el espejo.
Sus ojos nada quieren.
Tan solo esperan a que den las nueve
para poder hablar un rato con el hijo.
Se prepara un café. Sale a un pequeño patio
con columnas neoclásicas, con fuente,
y un olor nauseabundo del shawarma
que tiene justo encima. Se maldice
por no haber acabado a Proust a tiempo,
como si de un augurio en sueños se tratara.

Y en ese sueño estabas.

“Cuando los cuerpos mienten se merecen arder
en la fogosidad de la pasión”, se dice.
Da un profundo suspiro porque añora su hogar,
la calidez de sus costumbres. Pone
la radio, se contiene
las ganas de sentirse desgraciado
por el hecho de haber nacido,
y se inclina por la felicidad:
será con su hijo el viernes, después de dos semanas,
y podrán disfrutarse como entonces.

Y entonces ya no estabas.

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