Afortunadamente, uno tiene amigos de esos que hacen bien algunas cosas, como almacenar en su ordenador páginas web que le han interesado, y gracias a él puedo ofrecer esta entrada, un poema anónimo firmado por Simbad el Asesino (si no recuerdo mal, un personaje o el título de uno de los Sonetos del Diente de Oro, libro inconcluso del poeta granadino Javier Egea) que trata del mundillo literario granadino -con menciones semi-encubiertas a poetas, profesores o bares emblemáticos de Granada- y que aduvo rodando por la red hace unos meses. El poema trata también la controversia creada a raíz de la gestión de la herencia y del legado de Egea. La verdad es que merecería algunos comentarios más, pero ya los iré incluyendo en el futuro porque no quiero retrasar la publicación de estas quintillas. El poema está tal como apareció, con el avatar de Simbad incluido. -----------------------------------------------
Un vate de mala ciencia
fui en la corte de Granada,
donde hablaban de experiencia
poetas de referencia
que no invitaban a nada.
Los pantalones vaqueros,
las camisas floreadas,
un popurrí de tequieros,
y un amigo con dineros
entre claveles y espadas.
Quisquete, con voz de luna
canalla; Salva D’ors,
discjokey desde su cuna;
Quintero, conquistando una
princesa en el ascensor.
Y sin quitarse el sombrero
Luis Carlos canonizaba
al discípulo Quintero,
al poeta caballero,
y a todo el que se cruzaba.
Los días robaban horas
a las noches, y en los bares
– ¡tú que La Muermulia añoras!-
te rifaban las señoras
si con rimas las ligares.
Acabáronse alegrías
un jueves antes de agosto,
cerrando las cacerías
por la peor de las vías
quien nunca más ligó costo.
Y comenzaron entonces
los litigios y los pleitos,
las alabanzas, los ronces,
terminando por sus bronces
como sardinas en jeitos
sus herederos. Helena
de Troya, con su caduca
hermosura anfesibena,
okupando casa ajena
se vio envuelta en la baruca
-que su casual pretendiente
entretejiera- de ológrafos
testados, cual balbuciente
serpiente que hincara el diente
por sacar oro de autógrafos.
«Una parte del legado
del poeta, en almacén
de chamarilero hallado
fue por un amigo amado:
el artista Juan Chipén»,
titulaba la amarilla
prensa la noticia, «son
pájaros de alcantarilla
quienes dan por calderilla
bibliotecas de ratón»,
un lector enfriebecido
comentó cuando se supo
que hacia el Puerto había salido,
capitidisminuido,
el legado que no cupo
en la chamarilería.
Y para colmar la cosa
en alguna librería
apareció en tropelía
una edición deshonrosa
de Raro de luna, un trile
para engañarse a ellos mismos:
en Carchuna, los del CILE,
para que nadie vacile
hablando de abandonismos,
tres docenas de ejemplares
vendieron sin ton ni son,
y a precios tan populares
que hasta ya reparten vales
para la nueva edición.
Y la historia continúa
con el fuerte Superman
que también será la búa
de una torpe cacatúa
con aires de Madelman.
Cerraremos la trastienda
por hoy y hasta nuevo aviso,
que no quisiera que al menda
se le pase la merienda
en casa de un tal Dopiso.
Así ya saben, lectores,
que volverá el Asesino:
Simbad, para los señores,
Luzbel para aduladores
y Tomás para el vecino.
